
Cuenta la historia que Nicolás de Bari, que luego se convertiría en San Nicolás, nació en el año 310 (siglo IV), en Patara, una ciudad del distrito de Licia, en lo que actualmente es Turquía. Los padres de Nicolás, que eran gente adinerada, habían inculcado en su hijo el espíritu de generosidad con los más necesitados, preocupándose siempre por el bien de los demás. Pero, siendo todavía muy joven, el muchacho perdió a sus padres y se convirtió en el heredero de una gran fortuna. A sus diecinueve años, Nicolás decidió dar toda su riqueza a los más necesitados y marcharse a Myra (Turquía) con su tío para dedicarse al sacerdocio. Más tarde, es nombrado obispo de Myra y de ahí el color rojo de su vestimenta; asimismo, el hoy famoso gorro rojo tiene su origen en la mitra de obispo que llevaba.
En esa época, los cristianos eran perseguidos, pero, a pesar de ello, San Nicolás no perdía su sentido del humor y su alegría, especialmente al hablar con los niños acerca del Nacimiento de Jesús en quien ponía toda su esperanza. Y de ahí el amor a los niños y el típico “Jo, jo, jo” que nos muestra su permanente buen humor. Pero en una de las persecuciones fue encarcelado durante casi treinta años y, aun desde la cárcel, se sacrificaba y oraba por su Iglesia a pesar de que los soldados romanos se burlaban de él diciéndole que ya se había acabado la fe en Cristo.
Todo cambió cuando, al convertirse al cristianismo el emperador de Roma, Constantino, hijo de Santa Elena, liberó al obispo Nicolás. Ya era un anciano con el pelo largo y la barba blanca (de ahí su físico) y, convencido de que era el único creyente que quedaba, regresa a su ciudad dispuesto a reconstruir de nuevo la Iglesia de Cristo. Pero su sorpresa fue enorme, ya que, llegando al lugar, observa la catedral que había sido reconstruida y en ella los cristianos entonaban el cántico Adeste Fideles, porque estaban celebrando la fiesta de Navidad (por eso la relación de Navidad con la llegada de San Nicolás). A pesar de ser anciano, seguía viajando, evangelizando y entregando juguetes a los niños para recordar a todos que en Navidad recibimos el mejor de los regalos a través de Cristo, la esperanza de la salvación Eterna.
Con el paso de los siglos su nombre se ha ido modificando a partir del original sajón Saint Nickleaus hasta llegar al actual Santa Claus.
Fuente de información: https://es.catholic.net/op/articulos/815/cat/1084/de-san-nicolas-a-santa-claus.html#modal